Nos habíamos visto dos o tres veces. Un día (noche, para ser precisos) coincidimos en un bar (raro entre periodistas). Y ese veracruzano cachetón, de quien yo apenas si sabía su nombre, me soltó un halago y un reto (para él): “un día voy a ser más chingón e influyente que usted”. Yo le respondí “ni soy chingón ni soy influyente, ni me digas eso. Sólo selo, hazlo”. Él replicó: “lo voy a hacer”. Le repetí: “hazlo, hazlo, yo no tengo problema con ello”. Y después cantamos unas canciones de Alejandro Fernández (bueno, él, con ese privilegio de voz que la vida le dio).
Con el paso del tiempo, nuestra amistad echó raíces, se fortaleció y floreció.
Hombre a carta cabal, humilde, sencillo, pero reacio, derecho y cabrón como todo costeño y sobre todo jarocho, y con antecedentes en el servicio público, siempre preguntando, siempre queriendo saber, siempre tomando como premisa el desconocimiento (aunque sepa) para engrandecer su conocimiento.
Cuando él pregunta, pregunta porque sabe lo que pregunta. Él sólo pone la grabadora por si algún detalle se le escapa. Porque sabe, está consciente, que, como dijo García Márquez, la grabadora es un gran enemigo del periodista.
Hoy, él se ha ganado el respeto (como persona y como periodista) y se ha convertido en el sostén de un proyecto y un sueño de otro gran hombre, Rogelio Garfias: Noticias de San Juan del Río.
Él, honesto y leal.
Candidatos fueron a su casa. Otros lo desdeñaron, o desconfiaron. Él, siempre institucional.
Él, nunca con la bola. Siempre con la de 8, única, diferente.
Hace algunos ayeres nadie lo saludaba, nadie le dirigía la palabra, ni siquiera para pedirle limosna o para preguntarle la hora. Y también, que me disculpe por decirlo, le pasó lo que a mí: no traer un peso en la bolsa y sentirse más solo que el más solo de todos los solos.
Pero eso curte al hombre. Eso lo hace más hombre. Y él es todo un hombre.
Él me puede decir Grillo porque es mi amigo, y más que eso.
Hoy, Rafael Rodríguez Ortega (el mejor reportero que tiene el Noticias, para mí) es más chingón e influyente que yo (y en mí no cabe la modestia).
Y siento un enorme regocijo y un inmenso agradecimiento a la vida por darme el privilegio de conocer a un gran ser humano, a un tipazo, a un cabrón.
Rafa, ahora me toca a mí aprender de ti.
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