Este encabezado bien podría intitular algún culebrón de las estrellas, pero no, simplemente es una libertad literaria en un intento de describir lo que encontrará en este texto.
Pero antes de que continúe, permítame amonestarle para que si usted se considera aficionado “hasta el tuétano” del equipo del estado, no siga leyendo; y si lo hace, hágalo bajo su propio riesgo, pues quizá no encontrará el placebo sentimental que busca y tanto requiere.
Si dicho lo anterior usted decidió proseguir, primero debemos de definir qué es Gallos Blancos, a lo que quizá algún ilustrado apasionado del futbol me dirá: “Pus un equipo de futbol, columnista pendejo”. Claro, un equipo de futbol, es evidente; pero más que un equipo, es un negocio, una franquicia que ha lucrado a través del sincretismo forzado del mote del equipo de la UAQ, los colores de un equipo completamente extinto y el nombre del estado.
Así de sencillo. Porque en un sentido práctico, bien podría llamarse “Jaguallos”. Nada más que ese nombre no sería capaz de despertar la afinidad necesaria para generar las ganancias requeridas.
En fin, el equipo, como todo negocio, es propiedad de particulares, no es un bien público, tampoco es patrimonio cultural de la ciudad, ni ninguna otra mafufada ideológica que se le pueda ocurrir a la “Resistencia” luego de fumarse un cigarrito risueño.
Es un negocio de particulares que permite generar cada quince días de 5 a 15 millones de pesos por partido en promedio; que recauda cantidades que ni usted ni yo hemos visto juntas por conceptos de patrocinio, derechos televisivos, ventas de esquilmos, colegiaturas de escuelas de formación deportiva, entre otros, que permiten pagar a jugadores del primer equipo salarios semanales que van desde 2 mil 750 pesos el más bajo hasta 231 mil pesos el más alto.
Como verá, es un negocio sumamente lucrativo, más cuando entre los gastos de la directiva no se encuentra el arrendamiento de inmuebles propiedad del estado, pues si no sabe le cuento: El Estadio La Corregidora, Estadio Olímpico y la Unidad Deportiva “José María Truchuelo” son bienes públicos propiedad del estado de Querétaro, el equipo solo los tiene en comodato, es decir, “de gorra”, pues en tiempos del otrora gobernador, José Calzada Rovirosa, se hicieron de la posesión del Corregidora y la Truchuelo luego de amagar con llevarse la franquicia a otra parte, y en el caso del Estadio Olímpico, se les prestó para darle uso a una de las magnas obras del sexenio pasado.
Gallos Blancos es un negocio, ¡no romantice! Un ne-go-cio, una empresa con totales y únicos fines de lucro, cuya responsabilidad después de cobrar los accesos a sus espectáculos es brindar seguridad a todos y cada uno de los asistentes; pero eso no ocurrió ni ocurrirá, pues los dueños del changarro, fieles a su ambición y costumbre de traficar, contrataban a una empresa de seguridad en plena emulación de “baile de barrio”, que para la seguridad convocaba a los más buenos “pa’l trompo” a cambio de acudir gratis al desmadre sonidero y unas cuantas agüitas de cebada; contrataba a improvisados a cambio de la “exorbitante” cantidad de 300 pesos por jugarse dos horas la integridad.
Trescientos pesos que se traducen en una inversión total de 90 mil pesos a razón de trescientos elementos que supuestamente debían ocuparse de mantener el orden el pasado sábado 5 de marzo en el partido contra el Atlas. ¿Pero no fue así, verdad?
Entonces, ¿por qué exculpar a la directiva? Una directiva miserable que arriesgó cada 15 días a quienes devotamente pagaron por ver a su equipo uno de los boletos más caros de todo el futbol mexicano.
En serio, hay que ser un perfecto caradura para atreverse a anteponer el prefijo “pseudo” a sus aficionados como lo hacen ahora con su “barra”; porque violentos, arrabaleros y grifos son sus aficionados, y ellos, como directiva, han sido secuaces callados de todas y cada una de sus tropelías, bajo el prurito del amor a la camiseta, aunque hoy por las circunstancias lo nieguen todo.
Ahora hablemos del gobierno. No me queda la menor duda del compromiso social que ha demostrado el gobernador Mauricio Kuri en el tema. Por el contrario, hay que reconocer la generosidad política derrochada en la atención del asunto asumiendo responsabilidades ajenas, pues si bien los hechos ocurrieron en nuestro estado, no menos cierto es que él no tiene por qué poner el pecho ante la negligencia de los dueños del equipo, ni padecer calenturas ajenas, arriesgando su hasta hoy impoluto capital político.
No quiero ser cáustico, pero ojalá dentro de su equipo alguien haya realizado una proyección objetiva sobre la injerencia social y de gobernabilidad que representa el futbol para el estado, que le permita al gobernador tomar decisiones razonables y razonadas, pues de lo contrario, si la apuesta se basa solo en la excelente percepción ciudadana del Ejecutivo y su bonhomía, puede resultar en un daño a su imagen de proporciones mayúsculas, que simplemente no tiene razón de ser a 7 meses de gobierno.
Por otro lado, me gustaría ver al fiscal del estado asumir su papel, pues ante el estoicismo mostrado por el Ejecutivo del estado, ha optado por acudir a la máxima que versa “en boca cerrada no entran responsabilidades” y ha descargado la de informar sobre el avance de las investigaciones en la Secretaría de Gobierno, que también, de manera oportuna y precisa, ha tenido que enderezarle de manera indirecta la plana, ante la presteza de las acciones para el esclarecimiento de los hechos; aunque dicho sea de paso, Lupita Murguía no tiene por qué hacerlo.
Ahora bien, aunque la Fiscalía del Estado goza de plena autonomía, el grueso del vulgo no lo sabe y la asume como una secretaría más del Poder Ejecutivo. En otras palabras: El fiscal recibe órdenes del gobernador, por lo que si las cosas no salen como se esperan –y toco madera porque no sea así–, el costo político será para el gobernador aunque la realidad sea distinta, ya que el comportamiento de masa aderezado con la pasión de perder al equipo de sus amores y la exigencia popular de sangre, hará que se tiren al bulto sin previa reflexión como ocurrió en el estadio.
Con esto, amable lector, cumplo con la solicitud de dos de los tres que me leen y que me pidieron a lo largo de la semana mi opinión sobre el tema, el cual honestamente ya me hastió y no vuelvo a tocarlo, así que ¡no den lata!
Lenguas viperinas
¡Dentro de lo malo lo bueno! Y es que dos mujeres dentro del gabinete estatal están tomando fuerza al interior del palacio en el mes de la mujer.
Lupita Murguía, quien se ha constituido como la “Dama de Platino” de la gobernabilidad en el estado, al asumir la batuta “incluso de la seguridad” mientras los atávicos se atejonaron; y Ginette Amieva Lavigne, quien a pesar de la crisis, ha sabido comunicar de manera excelsa, sin prisas, pero sin pausas.
Como siempre, la mejor opinión es la de usted. Y recuerde, no me crea a mí, créale a sus ojos.
14
Mar 22
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