Esta columna, amable lector, es como el encabezado refiere, la primera de una serie de tres que estaré publicando hasta el final del año, en la que la intención no es otra más que compartir “mi pienso” (como dice mi muy querido “hamburguesa”), debido a la dificultad que resulta encontrar temas políticos que no suenen a la “redundancia del Chavo del 8”, en estos tiempos en los que fluyen amor, paz y mucho, mucho espíritu navideño embotellado.
Por lo que si usted es de piel sensible y se asume ideólogo político, rancio militante o simplemente cree que los partidos políticos son algo más que instrumentos democráticos para la consecución del poder público, le sugiero leerme hasta el próximo año; así evitará molestias y retortijones que puedan causar mis letras pasquineras (antes de que su ignorancia lo lleve a una connotación peyorativa, acuda al diccionario).
Aclaro, tampoco tengo la intención de adoctrinar a nadie ni generar una legión de cáusticos irreverentes; simplemente escribo, y si se encabrona con ello, no es más que porque lo describo. Así que evítese mortificaciones, no me lea y no dé lata.
Dicho lo anterior, al haber pasado a este párrafovasumo que le gusta mi estilo, o de menos, le causa morbo qué va a escribir este güey. Pues bien, ahí le va.
Seguramente por estas fechas, el año que entra, tendrán que estar definidas las candidaturas de los diversos partidos políticos a las diferentes posiciones, al menos las de aquellos con verdaderas posibilidades de triunfo, porque la chiquillada tendrá que hacer lo que en el papel le toca en la búsqueda de sobrevivir: recogerá el sobrante de los procesos internos de los grandes y abrirá sus puertas para incautos y ansiosos, esos que se creen capaces de ganar elecciones sin importar la franquicia que los abandere, por presidir una AC de medio pelo de las que brotan como hongos en verano y tienen “muchos seguidores” en sus redes sociales. ¿Los identificó? Seguro que sí, salen cada proceso electoral, obteniendo ínfimos resultados que desmitifican su “influencia y representatividad”, pues contrario al pensamiento mágico que inunda los cafés y más de alguna facultad universitaria, las elecciones las ganan los partidos, pues las personas, salvo verdaderos garbanzos de a libra como el presidente López Obrador, poco o nada aportan a la ecuación.
Y antes de que entre en un debate estéril, porque seguramente ni me enteraré de él, sea honesto u honesta, según sea el caso, y pregúntese: ¿Quién es su diputado local? ¿Quién su diputado federal? ¿Quién su senador? Le aseguro que no tiene idea; y si la tiene, déjeme felicitarlo, es parte del 5 por ciento de la población que lo sabe.
Pero si se pregunta por cual partido votó, las cosas cambian, porque “a un partido se le va”, de la misma manera que le va a su equipo de futbol, en el que no importa cuántos jugadores se vayan o vengan cada semestre; usted le va por los colores, le va por mera pertenencia, le va porque le apasiona.
Y es el elemento pasión el que hace ganar elecciones, aunque los estrategas políticos egresados de cursos de nombres rimbombantes impartidos por rancios doctores, que se pagan con el plástico del centurión negro y uno que otro romántico, digan lo contrario.
Hoy puedo afirmar que, sea partidario o no de Andrés Manuel López Obrador, recuerda más el “Ricky, Riquín, canallín”, que cualquier propuesta que pudiera sonar razonable de Anaya o Meade. Es más, quizá recuerde hasta el “mocha manos” de Jaime Rodríguez; pero de los otros, nada, porque simplemente no despertaron nada; y sin sentimientos, difícilmente se ganan elecciones.
En el estado ya tuvimos un ejemplo que personifica al 100 por ciento lo que digo. Me refiero al mal llamado “Portero de Cristo”, a quien en 2018, la pasión que despertaba Morena, y particularmente el entonces candidato Andrés Manuel López Obrador, le permitieron que él, un personaje soso, antipático y muy, muy, muy mamón, fuera competitivo ante una marca y candidato muy consolidados en el estado, mientras que en el proceso pasado, el mismo personaje, sin lo que representaba “la ola marrón”, no reportó ni el 1% de la intención de voto de manera personal, ateniéndose única y exclusivamente a lo que los partidos inocentes y generosos le pudieran aportar. Por eso y por su alzado ego, mejor se retiró.
Hay una especie de ente político que me causa mucha hilaridad, por la abstracción que representa, a la que por fines estrictamente literarios llamaré “Homo structurae”. Esta especie aparece de manera activa en procesos electorales para vender a uno que otro ingenuo candidato sus “estructuras”, que no son más que listas de nombres que en momentos decisivos se traducen a poco menos que nada.
Por ejemplo, tengo una amiga, que si se siente aludida seguramente dejará de serlo, que tiene una “red” de más de 5 mil personas; sin embargo, fue incapaz de llevar a una centena de sus simpatizantes a una elección laxa, simplona y diáfana como la de consejeros de Morena, en la que con 50 mil pesos y algo de malicia, pudiera ser consejero cualquiera, hasta yo, si hubiese querido.
Las elecciones se ganan con estrategia, ningún mal estratega puede ser buen político, pero esto lo platicaré en la siguiente entrega…
Lenguas viperinas
Lo que sí no para ni en tiempos de miel y leche, son las lenguas. Y cuentan que en el semidesierto, Acción Nacional tiene un diamante en proceso para lo que se ofrezca y si es que se ofrece: Lupita Montes.
Por cierto, hoy es mi cumpleaños, por si estaba con el pendiente.
Como siempre, la mejor opinión es la de usted. Y recuerde, no me crea a mí, créale a sus ojos.
12
Dic 22
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