[La Cruda Verdad] La última del año – Segunda Parte

Siempre me ha causado morbo e hilaridad involuntaria escuchar cómo sesudos analistas y uno que otro brillante asesor sueltan a rajatabla y sin ningún pudor el argumento de “elecciones arregladas” o “acordadas”. ¡Como quiera llamarlas!

El nombre no resta mérito a la estupidez, pues en poco más de dos décadas que tengo desayunando, comiendo y cenando política, y conociendo a los políticos, sigo sin lograr descifrar cómo se arregla una jornada electoral. ¿Cómo es que el acuerdo de unos pinches viejos rancios, tomado bajo los efectos de la embriaguez que producen las bebidas espirituosas mezcladas con soberbia intelectual y perfume de cariñosas en algún tugurio de luces rojas (así me los imagino) hace que el día “D” usted o yo votemos o dejemos de votar por quien se nos pegue la gana?

Sin duda, la única explicación que encuentro es la existencia del “rayo apendejador”, un artilugio que no sé explicar muy bien, pero que a través del aire transmite ondas hertzianas que manipulan la voluntad de los queretanos de buenas costumbres para votar a favor de determinado candidato y así hacerse del poder para perpetuarse en él.

Ya en serio, no sé si se trate de ingenuidad, crisis de realidad, extrema soberbia o el mero instinto que surge ante la impotencia de no tener control del caos natural lo que lleva a creer que una jornada electoral se controla o negocie. Aclaro, para que no se confunda, no estoy diciendo que no se movilice simpatizantes, todos los partidos lo hacen, y si no lo hacen es por tontos, no por honestos. Tampoco niego la existencia de mecanismos para influir de manera mínima en los resultados, pero lo que sí sostengo es que no hay forma de negociar la voluntad ajena. ¡No es posible!

Y el solo pensarlo es estólido, a menos que se haya creído lo del “rayo apendejador”; no existe forma medianamente lógica para sostener la tesis de los mentados arreglos de resultados en el día “D”, porque simplemente el día “D” es un caos organizado cuyo impulso natural es la pasión con la que cada quien vota por su cada cual.

Por otro lado, ¿usted cree que alguien con posibilidades reales de triunfo cedería a su oponente la oportunidad de ser gobernador?

Esto lo escribo luego de que alguien que presume cuarenta años en el negocio de la política me tiró a quemarropa y sin ningún lubricante que pudiera hacerlo sonar interesante el argumento más absurdo que había escuchado respecto al proceso electoral pasado.

Le cuento. Resulta que este personaje sostiene con una firmeza cuasi clerical y dogmática que el fiscal de Hidalgo le cedió la posición al gobernador Kuri por un “acuerdo amistoso”, pues el primero iba a arrasar la elección, nada más porque sí, ya que fue incapaz de darme un argumento ajeno a la ficción que pretendía construir para sostener su falacia. ¡Habrase visto semejante necedad!

Entiendo la necesidad de romantizar la bajada pragmática del candidato de su preferencia a manera de placebo, pero lo que no me cabe en la cabeza es que ellos mismos se traguen su lunática narrativa, pues Nieto Castillo nunca se sintió candidato, o al menos no se lo creyó lo suficiente.

Además que tampoco tuvo la más mínima posibilidad de ganar y obedeció a factores reales, como son la baja rentabilidad política que representa Querétaro para Morena y la necesidad de cubrir cuotas de género nacionales en las candidaturas, y ya. Cualquier otro alegato es sentimentalismo y meras figuraciones.

La política es una actividad humana y, como tal, está sujeta a su naturaleza, por lo que si quiere darle tintes místicos o utópicos, sufrirá mucho y se expondrá a que cáusticos como un servidor lo satiricen y se rían hasta el hartazgo de su tragicomedia involuntaria.

Seguramente alguna vez se ha preguntado por qué los políticos cambian de partido si usted toda su vida ha votado por el mismo. Le tengo la respuesta, pero eso será en la siguiente y última entrega. Por lo pronto, le deseo una feliz navidad en compañía de los suyos. Abrácelos y no abuse del espíritu navideño, no vaya a ser que termine peleando por la herencia o cenando en el torito.

Como siempre, la mejor opinión es la de usted. Y recuerde, no me crea a mí, créale a sus ojos.







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